Dos tardes en la semana mis jornadas laborales se desarrollaban en este pueblo, el cual no aparenta interés alguno como destino digno de ser conocido. Es un lugar de paso, un punto de cierta relevancia dentro de la red de transporte regional.
Mi rutina primero se debatía sobre el medio para llegar a Miramas: tomar el bus (la manera más rápida y cercana a mi casa), tomar el tren (más lejos de mi casa, pero donde normalmente me iba sin pagar), o eventualmente ser llevado por Véronique, una profesora de español. Y no faltaron las ocasiones en que fallaban simultáneamente las 3 vías, porque la frecuencia de transporte público no es mucha, y en particular el tren muchas veces pasaba con retraso por problemas técnicos o las infaltables huelgas.
Una vez llegado a la estación de Miramas, debía caminar por una especie de pueblo fantasma que a esa hora tenía casi todos sus negocios cerrados. La avenida Charles de Gaulle cambiando totalmente su pavimento… a un ritmo que no supera la cuadra mensual (no estoy exagerando, es la pura y santa verdad), pero el resultado es bastante mejor que la Alameda de Santiago.
Luego de unos 10 minutos de caminata se puede divisar el Liceo Jean Cocteau: una inmensa mole café que se confunde con el teatro del pueblo. Mis cursos de los martes… unos “angelitos” de Terminal (4º medio) que debía preparar para el BAC (PSU en Chile). Varios de ellos eran buenos alumnos, pero otros tantos aparentaban una edad mental inferior. Ese curso tuvo su clímax una tarde en que a partir de nada, una de las alumnas se paró arriba de una mesa para realizar un strip-tease, el cual por supuesto, no fue completo. Buen recuerdo.
Mis otros angelitos eran mis alumnos de Second (2º medio), que eran muy revoltosos y desordenados, pero simpáticos al fin y al cabo, incluso bailaron y cantaron fuerte “El león”. Y mis regalones eran los de Premiere (3º medio), que además de trabajadores (bien… la mayoría, pero no todos) eran chistosos, en especial una loquita Marion que bailó conmigo “La guitarra” de los Auténticos Decadentes.
Cuento aparte eran mis clases de los viernes, donde debía preparar individualmente a alumnos para su BAC oral. Fue difícil conocerlos más porque sólo los veía una vez, a excepción de unos pocos que pude examinar una segunda vez, constatando sus avances. A algunos les hacía ver fotografías con significados complejos de descifrar, y me sentía contento cuando algunos de ellos podían establecer relaciones no evidentes, más allá de lo descriptivo.
A otros debía escucharlos e interrogarlos respecto a ciertos textos, lo cual a veces era tedioso debido a la hora “post-almuerzo” en que el cuerpo se relaja y hay que luchar contra los bostezos de una tarea físicamente pasiva. Para mí fue más interesante –y si el tiempo lo permitía- inducir una conversación más amplia, donde pudieran expresar ideas de forma libre, creo que eso los ayuda mucho para comunicarse eficazmente en otra lengua.
Y cuento aparte fue mi participación virtual en el foro de internet creado por el profesor Nieto, donde intercambiábamos ideas de toda índole con los alumnos, pero que en rigor fue en un 90% con una alumna apodada yeh shen, a quien creo conocer más que a los demás alumnos.
Así transcurrieron mis días en el liceo Cocteau, y mi regreso era otra rutina: contemplar un grandioso atardecer o caminar bajo la lluvia, pasar junto al carrito de las pizzas Jean Pierre, vuelta por la avenida en eterna construcción, pasar a la tienda de revistas, hojear mucho y comprarme alguna edición de Fotografía… salir y ver desde lejos la baliza de las pizzas Bubu… sentarme en la estación por eternos minutos esperando no quedarme dormido para no perder el bus. Así transcurrieron mis días en Miramas, lentos, pesados, simpáticos y diversos.
Otro abrazo a todos mis ex-alumnos.