sábado, diciembre 23, 2006

Privilegios

Esto fue escrito hace más de un mes...

-----

Domingo 19 de noviembre de 2006

No entiendo bien lo que me sucede. En un ir y devenir de estados de ánimo, de momentos de nostalgia y deseos de estar con mi gente, en mi tierra y hablando mi lengua con cualquier persona; a instantes de profunda felicidad por sentirme en esta pequeña gran aventura de vida, es que ahora siento los tambores del corazón retumbando por la emoción de sentirme privilegiado, de -tal vez- haber iniciado algo que desde tantos años había anhelado: tener una vida viajera.

Y si bien la figura del turista tiene su justificación primera cuando se es recién llegado, no es de mi entero agrado lo que significa. Más bien por el arquetipo de turista que viene, mira y se va. Esa figura no va con un fotógrafo y proyecto de cineasta que se precie de tal. Puedo estar por un buen tiempo, y sentir que soy más que un turista, y puedo aprender de las capas interiores… aunque sea un leve escarbar, que al fin y al cabo implica un conocimiento mayor de lo que consigue un turista cualquiera.

Pero pienso en lo que me emociona. Durante este día he tratado de hacer un trazado inicial, un bosquejo mental de lo que serán mis viajes dentro de Europa. Esos pequeños viajes que me volverán un turista más, y que me hacen ver que no es tan malo serlo, que dentro de la profundidad, la superficie también es necesaria. Tal vez Londres. Tal vez la Bretaña francesa. Tal vez Madrid, Barcelona, Marruecos, Italia… posibilidades que las pensaba tan lejanas hace unos pocos años atrás, hoy están al alcance de la mano.

Y esto es posible porque en el sistema escolar francés hay vacaciones cada 7 semanas, además de los 2 meses del recreo de verano. ¿Sería positivo algo similar en Chile? Si los días libres serán destinados a quedar encerrados en la misma pobre realidad, pienso que no. ¿En qué se gasta el dinero estatal? ¿Qué pasa con la redistribución de la riqueza? ¿Por qué hay dinero para ciertas banalidades, y no hay para una mejor educación? ¿Es realmente Chile un país tan pobre que no puede hacer las cosas bien de una vez por todas? No es sólo recursos… no es sólo inequidad. También es un tema de mentalidad. Deberíamos ser sometidos a un profundo psicoanálisis social… los casi 16 millones al diván, quizás despertemos del letargo.

Por mi parte, me siento un afortunado dentro de la chata sociedad chilena. Puedo viajar, puedo saber de superficies y algunas profundidades. La gente que he conocido es agradable, y tengo un trabajo que me gusta y me da satisfacciones. ¿Qué más puedo pedir por ahora? Nada, y espero a mi vuelta estar concientemente despierto del letargo nacional.

Y sí… creo entender en parte lo que me sucede. Sencillamente… me siento vivo.

----

Y hoy 23 de diciembre, finalmente uno de esos bosquejos se ha hecho real: en pocas horas viajaré a Londres, por una semana, luego pasaré unos días en Quimper (región de la Bretaña), dos días en Bordeaux, y de vuelta a Istres.

Pensaba subir más artículos, y muchas más fotos... pero el tiempo se ha hecho poco. Y por otro lado, creo que estaré desconectado del mundo cibernético hasta que vuelva a mis labores habituales, el 8 de enero. Así es que por mientras... ¡Muchas felicidades para esta Navidad y el año que pronto se inicia!

miércoles, diciembre 20, 2006

Peces de ciudad

Se peinaba a lo garzón
la viajera que quiso enseñarme a besar
en la Gare de Austerlitz…



…y en el coro de Babel…
desafina un chileno…

Y desafiando el oleaje sin timón ni timonel
por mis sueños va ligero de equipaje
sobre un cascarón de nuez
mi corazón de viaje
luciendo los tatuajes de un pasado bucanero
de un velero al abordaje… de un “no te quiero querer”...

Y como huir cuando no quedan islas para naufragar
al país donde los sabios se retiran del agravio de buscar labios
que sacan de quicio...
mentiras que ganan juicios
dan sumarios que envilecen el cristal de los acuarios
de los peces de ciudad...
que mordieron el anzuelo
que bucean a ras del suelo...
que no merecen nadar...



En algunos momentos comenzará la presentación del maestro Joaquín Sabina, en Santiago de Chile. Yo tan cerca de su tierra, no he tenido la menor oportunidad de verlo en el viejo continente... por ahora.
Pero no me quejo, en abril pasado presencié un excelente espectáculo. Se agradece a la Laurita por la invitación a dicho evento (te debo el video, jeje).

domingo, diciembre 17, 2006

Lamentaciones

Hace un mes, en un día viernes... escribí esto:
---

Lamentablemente, hoy no andaba con mi cámara. Es un tanto molesto llevarla, mi mochila está llena con libros más el ordenador portátil; y como si fuera poco, está lloviendo.

Y cuando quieres mostrar algo y no tienes el registro gráfico, estás obligado a hacer el esfuerzo literario por dar a entender lo que viste. Es como lo que sucede cuando no tienes a nadie que hable español: estás obligado a expresarte en la lengua local… o enmudecer. C’est la même chose: cambiamos un lenguaje (visual) por otro (escrito).

La lluvia de hoy era débil por la mañana, aunque a ratos amenazaba convertirse en un diluvio. Y fue por la tarde, cuando le hacía clases a una bella chica en el liceo de Miramas, que los truenos se dejaron oír con toda su fuerza, mientras la sala era iluminada con los flash celestiales. Y siguió la copiosa caída de agua por un par de horas, tiempo en el que desarrollé mis clases de castellano, y que por esas gracias del destino, paró poco rato antes que tuviera que emprender la marcha de vuelta.

Fue así que caminé, como de costumbre, rumbo a la estación de buses que está a un costado de la gare de trenes. Para llegar, debía cruzar un paso bajo nivel, y para mi sorpresa… ¡Ooh! ¡Está inundado, igual que en Chile! En fin, resignación y a caminar hacia un puente o paso peatonal para atravesar la línea férrea. Continué por la calle que va paralela a los trenes, y nuevamente mi sorpresa… ¡La lluvia había destapado hoyos en la calle, igual que en Chile! Parece que estos franceses no hacen las cosas tan bien como pensaba… mmm.

Mis pasos no tienen prisa, pero son enérgicos. Atravieso la línea del tren, y busco alguna calle que me conduzca a la estación. Sigo mi instinto… y camino… y camino… y la calle está solitaria… muy solitaria. El paisaje ha cambiado algo, veo torres de alta tensión, una torre de agua… una bandada de pájaros. Creo que me equivoqué de camino. Más allá se ve una rotonda, y probablemente otra vía pueda conducirme hasta mi objetivo.

Pero todo sigue extrañamente solo. Veo un negocio que no parece ni cerrado ni abierto, y vende algunas cerámicas y flores. Aún no está oscuro, pero el Sol se ha escondido hace un buen rato, no es de día ni de noche, tal como creo ver algunos de mis sueños. A lo lejos el paisaje parece entre industrial y rural. Hace un rato que pasé las últimas casas, y camino al costado de un gran muro… la calle mojada.. y veo que estoy en medio de un cementerio. Estoy en la calle, pero tengo lápidas a ambos lados, sólo faltó que viera volar algún ser extraño, que existe y no existe, para pensar que estaba en un pasaje de realismo mágico. Y lamenté no llevar mi cámara.

Finalmente decidí dar la vuelta, y tras algunos minutos en que dejé que mi voz interna me dijera “Rodrigoooo, usa la fuerza”, logré dar con la bendita estación. Y al poco rato estaba en el bus. Y desde el bus pude ver que en realidad no es como en Chile. Ya había máquinas arreglando los hoyos de las calles, y seguramente el paso nivel anegado tenía sus minutos contados.

Y lamenté no llevar mi cámara. Creo que me compraré una de bolsillo.

sábado, diciembre 16, 2006

Ataques


Ataque de risa. A muchos de mis alumnos del último año de liceo, en preparación a su prueba de Bachillerato, les hago analizar fotografías de diversa índole. El viernes pasado, vimos distintas imágenes relativas a la muerte de Pinochet: celebración, desmanes y funerales.

Y cortesía de una amiga de mi madre, les he mostrado la fotografía que aquí presento, y que fue registrada en el frontis de la Biblioteca Nacional, en Santiago. El alumno que tuvo el turno de hablar de ella, Grégory, naturalmente va a lo que más le llama la atención: el rayado… “Podemos leer que un muro es escrito con Estamos vivos viejo culiao”. Y si bien siempre soy muy respetuoso con la pronunciación de los alumnos (no siempre es a la inversa cuando hablo en francés), en ese momento no pude aguantar… doy una carcajada que dura varios segundos, me llevo una mano a la cara… y tengo que pedirles disculpas. Pero es muy extraño oír una inocente voz de acento extranjero diciendo una frase tan chilena en relación a Pinochet.

Más tarde… en otra clase… una alumna tiene un ataque de risa que no puede detener. No sé qué le sucede… y tengo que dejar que salga de la sala por un rato. ¿Sería porque hablábamos de Bachelet?

jueves, diciembre 14, 2006

Menos cóndor y más huemul... un homenaje a la poetisa (no al dictador)

Asco. De las plumas del cóndor cayó una larva, se desplazó sigilosamente hasta encontrar la piel, penetró en ella y ahora vive como parásito entre la dermis y el músculo. Se desplaza por mi cuerpo, me provoca escozor, repulsión y angustia. Trato de aprisionarla, pero adivina mis intenciones y migra rápidamente. No sé que hacer, a veces cuando camino la siento en la planta del pie, y debo cojear para no sentir dolor. Por las noches escarba algún órgano para revolverlo todo… me quita las energías y me pone de mal humor. Esta cosa ya está dejando costras dentro de mí.

No estoy tratando de hablar como Kafka (¡Por favor!), ni como Quiroga… tan sólo así me siento desde el domingo pasado. Mezcla de problemas personales, ansias prevacacionales e impactos psicosociales chilenos. Como lo primero no gusto dar a conocer “en público”, y de lo segundo, ya tendré tiempo para eso… me quedaré con lo tercero.

Para eso, quisiera remontar una historia en el tiempo. Santiago de Chile, años 80: un niño de 8 años ve en televisión, anonadado, como luce un automóvil donde han dado muerte al intendente de Santiago, el general Carol Urzúa. Este niño apenas sabe de este señor, pero es una autoridad y le parece importante; no entiende por qué han tenido que matar a este militar que se preocupa de administrar la ciudad, y se siente profundamente sorprendido, más aún si el asesinato ocurrió en un barrio tan cercano al cual vive.

El mismo niño va al colegio, y en clases de música le enseñan los himnos de las ramas de las fuerzas armadas. Memorables paseos escolares, donde las únicas canciones conocidas hacían mención a las armas… pero también al valor, la entrega y el coraje. “Vuestros nombres valientes soldados, que habéis sido de Chile el sostén…”, la cantó cada lunes mientras se izaba el pabellón patrio. También pudo ver en las pantallas una gran ceremonia para conmemorar los 10 años del “pronunciamiento militar”. Pinochet en plena Alameda, es envestido con honores, le bailan pies de cueca, se agitan pañuelos y pancartas a su favor… y una tierna niñita le pega una escarapela en la solapa.

Días después se corta la luz. Es de noche, y con velas busca junto a su abuela la vieja radio a pilas para sintonizar Radio Minería. Nos enteramos que unos terroristas han puesto una bomba en una torre de alta tensión. “Los malulos”, le dice la abuela.

Así van transcurriendo los años. En casa no se comenta mucho, el gobierno militar es algo normal, pues en televisión todos hablan bien de ellos. Este niño nació con Pinochet en el poder, la palabra “democracia” no la entendía… y aunque las protestas daban un poco de susto, era una buena excusa para quedarse en casa sin ir a clases. Y Pinochet hizo cosas buenas: evitó la guerra con Argentina, tras lo cual pudo ver con emoción al Papa transitando por calles de Santiago.

El niño… que obviamente era yo… pensaba hasta antes del plebiscito que la opción lógica era el “SÍ” a Pinochet… ¿Por qué cambiar si todo va tan bien? ¿Por qué dar paso a personas que gritan mucho, y más encima tiran piedras y se encapuchan?

Pero nunca estuve tan convencido. En mi casa no se tocó nunca el tema, mi familia no fue afectada en absoluto por la represión política. Los únicos con una posición clara y apasionada eran unos tíos, que defendían a muerte a su “pinochito” que los salvó de la lista negra de la Unidad Popular de Allende. Influyeron mucho en mí… pero siempre tuve un dejo de desconfianza, más aún cuando fui descubriendo con el estudio de la Historia, como fueron sucediendo algunas cosas.

“Chile, la alegría ya viene” (Qué irónico, ¿No?). Ganó esa opción, la que le dijo que NO a Pinochet. Vuelta a la seudo-democracia. Se abrieron los canales informativos. El modelo económico implantado por Pinochet se afirma y el país aumenta sus ingresos. Retornan exiliados, se publican libros, se filman películas. La información no tiene ya la burda censura ochentera… puedo conocer lo que antes estaba oculto. El viejo Pinocho se cae… se cae para muchos que crecimos con él, como quien crece junto a su padre y llega a la adolescencia descubriendo las “pifias” del viejo. Y es que creo que la sicología social algo debería decir al respecto: Pinochet es el padre de una generación de chilenos: la mía, de los que tenemos entre veintitantos y treinta y tantos. Y con esto no quiero dar la razón a los adherentes, no estoy hablando del “Padre de la Patria”… estoy hablando en términos sicológicos (o seudo-sicológicos, porque no soy profesional del área).

Pinochet es la figura patriarcal por excelencia. Aquel que detenta el poder, hace lo que quiere, nos trata como niños… mimados y bienvenidos a su feudo los que estamos con él… castigados severamente los que se portan mal. Es la fuerza, es el ejército. Pero es el desequilibrio… toda fuerza necesita una contrafuerza. Todo poder requiere de una suavidad… y siento, que eso es lo que le sigue penando a Chile. No tenemos referentes sociales recientes con la contrafuerza necesaria.

Y ante la inexistencia de una contrafuerza de consistencia, espontáneamente se produce un polo opuesto algo degenerado. El maniqueísmo que tiene enfermo a Chile… debes ser taxativo: o eres pinochetista, o eres antipinochetista; o eres comunacho, o eres facho; o eres del colo, o eres de la chile; o eres punga o eres cuico; o eres macho o eres mina (gays no cuentan); o ves la teleserie del 7 o la del 13; o estás en el sistema o estás fuera de él. La enferma sociedad chilena no acepta matices. Y si los tienes… eres amarillo… no eres noticia, no eres atractivo, el sistema te bota… con suerte tendrás espacio en un pequeño circuito cerrado medio “under”. Y nuevamente surge un polo… y queda la cagá cuando se enfrenta al otro polo… y se da a conocer en el mundo entero, y no entienden por qué la celebración por la caída de un dictador termina con la Alameda hecha mierda.

No se entiende al punga que apedrea vitrinas. No se entiende al cuico que agrede a la periodista española. Ambos enajenados, recurriendo a la misma violencia que han criticado en “los del otro lado”. Un cuico dijo “¿Y para qué se pone ahí la española? Ella se lo buscó”. ¿Esgrimirá el mismo argumento cuando un flaite casi desnuca a un carabinero con un piedrazo? ¿Dirá que él se lo buscó?

La larva ya es un gusano… me corroe los huesos. Siento la violencia irracional de posiciones que nunca se entenderán. Siento el fanatismo que trata de ensalzar a Pinocho como si fuera O’Higgins, se habla de carreristas y o’higginistas pensando en que así serán las discusiones en torno al fallecido. ¿Olvidarán la diferencia de contextos? Y aunque así fuera, los únicos que mantienen esas disputas son unos pocos viejos intelectuales que gustan escribir cartas al director de El Mercurio, y se la pasan leyendo añejos libros de Historia, ¿Representatividad? Cero.

Se justifica la violencia de manera infantil: el otro empezó; él me pegó primero, papi; ellos mataron a 50.000, así que yo puedo matar 10.000 si quiero. Se ha muerto el “papi”, y no existe una “mami” que calme a los pendejos mal criados.

“Él es un humanoide come guaguas, así es que hay que eliminarlo”. “Él es inferior”. “Yo soy un skinhead superior, soy el mejor y me los paso a todos por la raja”. Saludos nazi al cadáver de Pinochet. Puto fanatismo que nos sigue llevando por el mismo camino del cóndor.



¿El cóndor? … claro, retomando lo que decía del modelo paternal de Pinochet, hace mucho que nos hace falta un modelo femenino. Y por favor… no hablo de la literalidad, no hablo de una mujer, menos de Bachelet. Hablo de los valores distintos, de la suavidad de un Padre Hurtado (por nombrar al único “famoso” que se me venga a la mente), de algún líder que salga del modelo tradicional de poder… cosa difícil, porque si no estás en el modelo, no existes para el mundo. Pero sí existen… existen muchos que trabajan por los demás, que hacen y quieren otros valores, son las hormigas que no vemos porque no son atractivos para la tele, tampoco son prácticos como políticos, porque no es su labor. Por lo tanto, parece que esta situación no tiene vuelta… no con este modelo económico, social y político. No se ven cambios a la vista, y no hablo de Lavín, hablo de cambios de verdad… esos que son de otra dimensión… de la dimensión poco práctica de la utopía, pero que quizás a la larga podría, en muchos años, rendir frutos. Y por eso… tal vez… no se requieren caudillos, más bien figuras desconocidas que cambien desde otro ángulo… desde otra dimensión social. ¿Será acertada mi intuición?

Pero nuevamente pregunto… ¿Por qué el cóndor? Es sencillamente porque estoy citando un lúcido texto de nuestra poetisa, Gabriela Mistral, “Menos cóndor y más huemul”, donde hace ya más de 80 años hablaba de estos temas. ¿En 80 años más seguiremos con la misma cantinela? Probablemente.

Siento que el parásito ha crecido tanto, que lo vomitaré como si expulsara un “Alien”. Tendrá forma de ave rapaz … podré mirarlo como se retuerce, repugnante… y espero en ese momento haberme deshecho de todo lo que no me gusta de Chile. Por eso… no quiero celebrar. Por eso… tengo pena de que haya muerto Papi, el Tata, el viejo culiao o como queramos llamarle. Por eso… tengo pena de toda la gente que murió antes que él.

La carne muerta la disfrutan los cóndores, que son los mismos de derecha e izquierda que seguirán recordando con amor u odio al Tata maldito. Por hoy, me quedo con los huemules… me han dicho que no tienen memoria; esa es la verdadera muerte, la que necesita el viejo para que deje de dividirnos.



El texto de Gabriela Mistral puedes verlo aquí

domingo, diciembre 10, 2006

Cuento de Navidad


Cuando miles de páginas escribirán sobre el mismo hecho… no puedo dejar de manifestar algunas palabras de lo que esto significa.

Al enterarme de la noticia, sencillamente no sé como reaccionar. Sentí un nudo en el estómago, y la pena de saber que murió una persona… da lo mismo que persona… un ser humano más. Pero también siento tristeza de saber todas las muertes que ocurrieron bajo su gobierno… todo el dolor y miserias que tuvieron que pasar miles de chilenos por el simple hecho de pensar distinto. O por el simple hecho de “ser sospechoso”. Pena porque no haya sido correctamente enjuiciado.

Y al igual que cada persona es lo que es, en buena parte por como fue criada por sus padres… la sociedad chilena “le debe” gran parte al Capitán General, lo que es hoy en día. Es algo natural, y hasta ingenuo argumento de los pinochetistas al decir “Chile es un gran país gracias a Pinochet”, pues en parte es cierto… por el sencillo hecho de haber detentado el poder por casi dos décadas. Da lo mismo si fue un héroe o un asesino… igual nos marcó. Nadie elige a sus padres… pero si podemos elegir a nuestros presidentes. Y Chile no eligió a Pinochet. Él se instaló a fuerza de metralletas y tanques, se autoproclamó Tata para bien de algunos y mal de muchos. Instaló el experimento latinoamericano del neoliberalismo más liberal que los mismos Estados Unidos… ¿Mejor para Chile? ¿La economía de hoy gracias a él? Difícil decir, pero cualquier vaticinio tardío es inútil. ¿Valió esta economía tanto sufrimiento?

Ahora muchos celebran en Plaza Italia, y algunos lloran en el Hospital Militar. Yo no tengo ningún chileno cerca, estoy muy lejos y no quiero brindar, no es mi interés… ni menos llorar. Me pregunto cómo habrá sido su muerte… cual cuento de navidad, ¿Con los fantasmas del pasado de los torturados y asesinados? ¿Los fantasmas del presente que le hicieron ver cuanto desarraigo hay en los hijos de exiliados? ¿Y los fantasmas del futuro que le indicarán el camino donde recibirá todo ese dolor de vuelta?

¿El fin justifica los medios? Pues los medios cobrarán su palabra en algún momento… sea en vida o sea en otra dimensión de la existencia.

jueves, diciembre 07, 2006

Tan lejos... y tan cerca


Pica… Tengo en mis manos un folleto con todas las actividades culturales en Aix-en-Provence. Son muchas, hay festivales de cine, teatro, música y un sinfín de cosas más. Y si bien Marsella no es tan movida al respecto como Aix, sí podemos encontrar oferta cultural… es cosa de buscar. Que decir de Arles.

Acá en Istres, con suerte tengo un cine y un teatro. ¿Festivales? No he visto ninguno. Hay una sala de eventos musicales donde pasan grandes y nacientes grupos de diversas tendencias, lo cual parece ser muy llamativo… pero es toda una odisea llegar a pie. ¿O acaso podré caminar por una oscura carretera sin berma en medio de la noche? Parece peligroso, sino suicida.

Siento que algo está pasando allá afuera, y que me lo estoy perdiendo… me siento un poco fuera de sistema porque estoy en un poblado pequeño y apartado… y sin auto. Es complicado acceder a la oferta cultural de esta manera, me siento un sudaca más fuera de lo establecido. ¿Por qué estoy en Istres si yo solicité ser asistente en Arles? ¿Por qué hay una asistente en Arles que no solicitó estar ahí? Ineficiencias del sistema creo yo.

Cuando pienso en esta especie de marginalidad cultural-artística a la que me veo sometido, es que le digo a mis amigos “no te creas tanto el cuento europeo”.

Y sí, escribo esto con pica, que más de alguien encontrará desubicada por todo lo demás que puedo obtener con esta estadía. Mi pica tiene su génesis en lo siguiente: en L’Usine, el centro musical del que hacía mención, se presentarán los Electric Ducks, banda local que tributa a los AC/DC, y veo casi imposible poder asistir. Tendré que conformarme con ver en Chile a los gorditos de Ballbreaker.

¿Cómo no tener pica si hace meses que pienso en hacer un documental sobre bandas tributo? ¿Cómo no tener pica si en menos de media hora de caminata podría, en teoría, estar en L’Usine? …….GRRRRR………..

lunes, diciembre 04, 2006

¿Qué significa "ser chileno"?


Hace unos días vi un documental sobre la región donde vivo: La Provence, que traducido literalmente podría decirse “La Provincia”, aquel lugar alejado de la gran urbe. El filme, de buenas a primeras parece cuasi-turístico, por ser muy descriptivo, pero a medida que avanza vemos como trata de escudriñar la identidad local, la cual parece estar sujeta de los siguientes pilares:

El poeta Frédéric Mistral, un ícono de la literatura provenzal del siglo XIX e inicios del XX, base de una gran gama de literatura regional. Como dato anexo, le da el nombre a los fuertes vientos de la zona… y por ahí dicen, que la poetiza Lucila Godoy Alcayaga -Gabriela Mistral- tomó su apellido para usar como seudónimo.

El siguiente pilar es el idioma provenzal. En el debate posterior al documental, el presentador cuenta que hay pocos profesores certificados en la lengua, y que el rectorado de Aix-Marseille tiene la voluntad de mejorar la situación, pero que de la voluntad al hecho… hay mucho trecho. Habla sobre la política que pretenden algunos: manejo de la lengua nacional, una lengua extranjera, y una lengua regional.

Se palpa en el ambiente un deseo “de los grandes” por revivir el pasado campesino de décadas y siglos guardados en la memoria. Pero en la actual realidad urbana, veo contados jóvenes que tengan el mismo interés, muchos de ellos consideran al provenzal como una lengua muerta, y no se molestarían en aprenderla porque sencillamente no tendrían con quien hablarla; y en un cien por ciento se privilegian los idiomas extranjeros, en especial el inglés. Probablemente sea la edad… supongo que en todas partes del mundo, la mayoría de los jóvenes reniegan del pasado como una manera de despegue y diferenciación.

El problema es el mismo en muchas regiones del mundo, ¿Cómo hacemos compatible la globalización con el mantenimiento -o fortalecimiento- de la identidad local? Es un tema que me ha tocado conversar con algunos alumnos, y aunque las conclusiones no son muy decidoras, todos coinciden en la importancia de la identidad, pero nuevamente pienso que el discurso no va muy acompañado de la acción. Esta discusión escolar ha sido estimulada con un texto que es extraído de la película L’auberge espagnol (en Chile se conoció como Piso Compartido), que narra la historia de un joven francés que va a estudiar a España a través del conocido programa Erasmus, que promueve la movilidad estudiantil en Europa, y en la cual deben convivir jóvenes con diversas lenguas de origen.

Me llama la atención como dentro de un país puede haber tantos otros pequeños países. De hecho, los franceses así llaman a sus regiones: El país de Aix, el país de Arles, etc. El regionalismo está marcado por diferencias culturales en la gastronomía, una lengua local en la mayoría de los casos, el vino y otros tragos, la manera “tradicional” (antigua) de vestir, los bailes, la relación con los demás y tantas otras costumbres. Todo este conjunto pude apreciar en un magnífico evento organizado en Istres: La Fiesta de los Pastores, cuyas fotografías he publicado en Distancia Focal.

Pienso en el caso Latinoamericano, y en particular de Chile. Se ven muchos esfuerzos por rescatar identidades, por conocer algo más de los ancestros, de las lenguas indígenas, de la oralidad campesina; pero creo que muchos de esos proyectos se los puede llevar el viento si no existe detrás una política que lo incentive permanentemente, si no existen las obligaciones escolares por valorar el patrimonio, ni profesores con conciencia. Si no hay espacios para compartir y debatir… si nada de eso está presente, buena parte de nuestra memoria se perderá cual alzheimer cultural. O simplemente, será privilegio de una elite ilustrada, como tal vez ocurre hoy.

¿Qué es la chilenidad? ¿Acaso las empanadas, el copihue y la bandera? ¿Bailar un pie de cueca por un día en el año? Las empanadas se preparan en varias partes del mundo, la cueca se baila en Perú y el copihue crece en Argentina también. No señores… la chilenidad no está en esas cosas que nos enseñan en kindergarten. Ser chileno es valorar y conocer nuestra propia familia, la del vecino y la del hombre del campo. Es nuestra manera de hablar, nuestra cumbia de año nuevo y nuestra cueca del 18, es la tardía once de verano a las 9 de la noche con toda la familia. Es la micro santiaguina con el choco panda estival, es un paseo en bote por la Quinta Normal, una caminata por el Forestal, una travesía en teleférico, una vuelta en lancha por la bahía de Valparaíso, una subida en el ascensor Artillería, un caldillo de congrio en una perdida caleta. El chileno es el arriero que lleva el ganado en la cordillera, el mapuche que pelea por su tierra, el soldado que construye una carretera en un rincón inaccesible del país, el pehuenche haciendo harina de pinón, el oficinista sudoroso del Metro en verano, el artista que muestra lo que no vemos, el pescador que se embarca a las 5 de la mañana, el escolar pelusón… el roto, e incluso el huaso. Sin embargo, todo esto también parece parte de una gran suma de clichés… siento que la pregunta no tiene respuesta obvia ni precisa.

Pienso… que el problema del chileno es que no creemos en nosotros mismos. Todo lo de afuera es mejor, y de hecho, da pena constatar que en muchas ocasiones así es, pues salvo excepciones las cosas se hacen a medias, se hacen mal o simplemente… no se hacen. Cuando salgamos de nuestra enajenación, cuando el dueño de fundo y el peón salgan de la mediocridad, crean en sí mismos y vean más allá de la burbuja... creo que si eso llega a suceder, en un lejano futuro, este bendito país podrá llamarse desarrollado. Y tal vez en ese momento podamos contestar a la pregunta: ¿Qué es ser chileno?

Creo que buena parte de mi viaje me está haciendo valorar muchas cosas, y en especial mi lengua castellana. También me gustaría aprender mapudungun. Y ya que ahora el francés dejó de ser obligatorio en los colegios, son nuestras lenguas aborígenes las que deberían implementarse por decreto.

Y si tenemos a nuestra propia Mistral, con premio Nobel y todo… no tenemos por qué sentirnos menos, y creamos… creamos que se puede. ¡Viva Chile, mierda!

miércoles, noviembre 29, 2006

Un chileno entrado en carne

El proceso de escribir sobre las vacaciones y de convertirlas en artículos multimedia para este blog, resultó trabajoso e incluso lento. Esto se debió a dos cosas: por una parte, quería entregar algo bueno, y que por lo mismo debía demandarme tiempo y cabeza. No sé si logré el objetivo, pero al menos sé que le puse empeño, y eso reconforta.

El segundo motivo fue que tras las vacaciones caí en una especie de letargo, en un ensimismamiento con sentimientos de nostalgia, ante una natural respuesta del cuerpo de “chanta la moto cabrito”. Para el equilibrio, luego del Yang, viene el Yin… o como se dice por ahí, “Necesitaba vacaciones de mis vacaciones”. Muchas reflexiones dieron vueltas en mí sobre los temas de familia después de ser espectador de la cohesión y diferencias en el grupo de Camilo. Pensaba en lo trascendente que puede ser tener hijos… cosa que ha sido para mí fuente de cuestionamientos, y que como muchos de mis cercanos saben, por ahora (ni por mucho tiempo… indefinido) no tengo la más mínima intención de dejar descendencia en este mundo. He tenido ganas algunas veces… pero se me han pasado rápido.

Por supuesto que en toda esta forma de pensar hay una relación directa en cómo viví mi infancia, y en particular, cómo ha sido el vínculo con mi madre. Me he acordado mucho de ella… se le echa de menos.

Y bien… para terminar el tema vacacional pre-ensimismamiento, tuvimos una llegada a Marseille sin novedades. En una kilométrica fila (normal, por ser el último día de vacaciones), compré mi pasaje a Istres, mientras Camilo hacía lo mismo para Digne-les-Bains. “Ya nos tendremos que ver en Digne”, le dije al despedirme.

Monté el tren con la extraña sensación de estar volviendo a casa. Digo extraño, porque no es mi casa… pero de cierta forma sí lo es. Fait comme chez toi, me ha dicho Diane más de una vez, es decir, Haz como en tu casa. Sentía que volvía a algo más familiar, un refugio con espacio propio, el lugar donde naturalmente tendería a este desplome post-vacacional.

Al llegar a Istres experimento la felicidad de haber hecho un buen viaje. El día está lindo, pasamos mediodía, y se respira la tranquilidad de un pueblo en día domingo. Al salir de la estación, se me acerca un lolo y me pregunta si soy de la ciudad. Titubeo un momento, pero con un pequeño e inocente orgullo le digo que sí. Entonces me pregunta si el bus pasa día domingo, cosa de la cual no tengo la más mínima idea. “Desolé, je ne sais pas. Je suis ici depuis un mois”. El lolo es buena onda, y me pregunta si soy italiano. Le digo que no, que soy chileno… de Sudamérica… me responde en español: “¡Aah! Yo sé poco español, mi novia en España. Chili es bien… muy muy bien comida, ¡Chili con carne!”. Yo sólo sonrío y le hago un gesto de aprobación, no tengo ganas de enmendar un error tan común como éste: muchos jóvenes franceses piensan que el plato típico de Chile es el CHILI CON CARNE, aquella “ajiesca” comida mexicana que se llama como nuestro país, y que hoy compré preparado y enlatado en Géant Casino, para constatar de una vez por todas que tan picantes somos los chilenos.

domingo, noviembre 26, 2006

Paris (II)


Tres de noviembre: era el último viernes de las vacaciones, y en una agradable mañana, Anne Marie y Caco nos conducen a la estación de trenes de Châteaudun. No habrá abrazos, pero sí cuatro besos con la tía de Camilo, y un buen apretón de manos con el tío. Reitero como el afecto se manifiesta tan distinto en Francia, lo cual no quiere decir que sea menos… ni más. Otra forma, mismo sentido.

Camilo va tranquilo, y sus tíos también. No es una despedida definitiva, sienten que se volverán a ver muy pronto en las celebraciones de fin de año. Y he sido cordialmente invitado a pasar estas fiestas en Châteaudun, pero tengo la sensación que mis pasos irán un poco más lejos esta vez.

El TER ya ha partido, y Camilo me va instruyendo sobre terminología coloquial francesa, lo que tal vez me ayudaría a sobrevivir en una conversación juvenil, o al menos me ayudaría a entender… si es que logro distinguir las palabras de una charla de este tipo: Las minas, los pacos, la hueá, anda a cagar, virémonos, ¿Qué onda?, compadre, no estoy ni ahí, el carrete, vamos a chupar hasta quedar botados… todos los idiomas tienen alguna expresión equivalente.

Voy grabando un poco de video a través de la ventana, vislumbrando a la gente en las estaciones. Recuerdo el ramal de Talca a Constitución… siempre vendrá a mi mente ese recuerdo cuando esté arriba de un tren.

Finalmente llegamos a Paris, a la Estación de Austerlitz, y nuevamente emprendemos rumbo al departamento de Toño.

Segundo recibimiento… almuerzo, conversación, y a salir con el dueño de casa. Esta vez, con el objetivo de confundirse entre el consumismo parisino: a mirar y comprar ropa y lo que sea necesario. Así llegamos a una tienda de ropa de segunda selección (de esas típicas con prendas que han quedado fuera de temporada, o que tienen alguna pequeña pifia), donde aprovecho de adquirir unos abrigados guantes para el frío invierno que se avecina. Luego nos abastecemos de las indispensables tarjetas telefónicas para llamar a Chile, y caminamos por calles de apetecidos edificios de oficinas. Así fue que llegamos a Decathlon, la mega tienda deportiva de Francia… un supermercado del estado físico para todos los deportes imaginables (en mi vida había visto una estantería llena de cascos de Polo, monturas y palos de este juego), y con precios que en algunos casos no sobrepasan a los chilenos (insisto, no todo es más caro acá). Me compro unos buenos zapatos de trekking y unos anteojos de sol… a falta de los ópticos, tal vez pueda pasar por ciego.

Seguimos a otro mall. Toño le regala una chaqueta-parka al Camilo, quien queda más contento que perro con pulgas. Vuelta a casa… imposible no entrar a una librería. ¡Que cantidad de libros de arte! Me quedo pegado con los de Fotografía, y Camilo con los de arte callejero. Una vez en casa, una agradable cena, y a salir nuevamente… esta vez a buscar algún buen panorama nocturno. Y no nos costó hallarlo en una revista anexa a la que anuncia la programación televisiva; es que en Paris está lleno de cosas por hacer, siempre habrá una exposición que ver o un festival al cual asistir.

Salimos a tomar el Metro, para llegar a un bar donde tocarían gratis 3 bandas extranjeras. Y bien, cuando entramos al lugar en cuestión, claro… era gratis, pero no podías ingresar con chaqueta, y tuvimos que pagar 2 euros por cada prenda en la guardarropía. He allí la letra chica del asunto. Al menos llevaba mi cámara de video, y no hubo problema para grabar el evento: ya estaba tocando la primera banda británica, los cuales no me parecieron tan buenos, así que no les presté mucha atención.

El ambiente es bueno, se ve mucho angloparlante y bastantes chicas guapas. Vamos por una cerveza… uuff… eso sí es caro en Francia. Cuánto echo de menos tomarme un buen schop de litro con una entretenida conversación; pero aquí es diferente, la cerveza se sirve en un vaso corriente.

Aparece la segunda banda británica. Vincent Vincent es el nombre de la agrupación. Me agrada más su música, tienen un estilo que me recuerda a Franz Ferdinand. A un costado hay una mesa donde venden CDs de las bandas, poleras y reparten informaciones varias; la atiende una rubia espectacular, que creo haber registrado fugazmente en video. El tercer grupo es sueco, y esta vez los acordes no resultan ser tan de mi gusto, pero el vocalista es un showman que se siente rockstar. Y en realidad, las tres agrupaciones que se han presentado tienen una actitud sobre el escenario que es propia de quien cree firmemente en lo que hace: es más que música, es una puesta en escena… una manera de vestir… ¿Una forma de vida tal vez? Al menos se creen el cuento, y eso se transmite como algo positivo.

Que decir del público: muy entusiasta, aplauden y gritan como si estuviéramos en presencia de grandes y consagrados artistas. Me imagino la misma situación en Chile… con una audiencia más indolente si lo que ve es desconocido.

No alcanzamos a ver todo el show, debemos retornar antes que el Metro cierre sus puertas.

Al otro día, hacemos el esfuerzo por levantarnos temprano, y salimos para continuar el circuito turístico iniciado una semana antes. El primer destino es la Plaza de la Bastilla, donde ya no queda rastro del histórico edificio… sólo hay un obelisco en su recuerdo.

En realidad el interés no era ver tan conspicuo monumento, sino asistir a una muestra de “arte contemporáneo” que estaba a un costado. Vemos una carpa anunciando la exposición, y al entrar nos detienen dos cosas: el precio de la entrada (7 euros), y constatar que el arte contemporáneo se parecía más a una feria artesanal que a otra cosa. ¡Chao! Caminamos hacia el Hôtel de Ville, pero en el camino nos topamos con una galería, Jeu de Paume, (algo así como “el juego de pelota vasca”… creo). Hay una muestra del fotógrafo gringo Joel Meyerowitz. Vale la pena entrar y ver su trabajo documental en color sobre la cotidianeidad estadounidense… “hacer de lo ordinario algo extraordinario” es la premisa. Al salir, no resisto y me compro el libro de la muestra, un ensayo sobre la fotografía documental y una revista.

Seguimos caminando… vemos una fila gigantesca para entrar a la exposición de fotos de Doisneau, la cual nuevamente pasamos por alto, y finalmente llegamos a nuestro segundo objetivo: el sector del Beaubourgh, el Centro Pompidou. Es un museo gigante, con exposiciones para visitarlas en más de un día. Primero damos un recorrido por los alrededores… el arte se respira por todos lados. Hay esculturas modernas, esculturas humanas… arquitectura que se confunde con escultura… artistas callejeros… y mucho comercio en torno al turismo del arte.




Luego entramos, y pasamos un par de horas viendo exposiciones. Al bajar una escalera, cada paso acciona notas musicales, y se arma una loca melodía con el subir y bajar de las personas. Unos lienzos de muchos metros de altura muestran piezas gráficas más cercanas a la publicidad. Alrededor hay exposiciones fotográficas con las que quedo loco: en un panel está escrita una explicación del reportaje documental exhibido, y ahí mismo hay una pantalla de alta definición que va pasando todas y cada una de las imágenes descritas, mientras que por el otro lado vemos una o más ampliaciones en papel de las fotos más destacadas. Y así… se multiplican los paneles, cada uno con un documental de distintos autores. Como me gustaría ser uno de esos fotógrafos. ¿Tal vez algún día? Por qué no, tengo la calidad para eso.

Y después de un buen rato extasiados de tanto por ver, entramos a la librería del Centro. Y nuevamente el impulso consumista se impuso: yo me compré varios libros y revistas de Fotografía. Unos de teoría, escritos en francés, me obligarán a adquirir un mejor dominio de la gramática y nuevo vocabulario.

Saliendo del recinto, nos topamos con una manifestación ecologista. Todos en bicicleta… algo así como la versión francesa de los Furiosos Ciclistas. El personaje enmascarado de la foto me increpa por “robarle” su imagen, me exige dinero a cambio. “¿Tai más hueón?”, me dan ganas de decirle, pero sólo le contesto que esto es una manifestación. Debí haberle preguntado si su lucha es por dinero o por una causa mayor… realmente excesivos algunos franceses en su reacción a las fotos. Una desilusión y mala imagen para ellos mismos, al menos en el contexto de lo que hacían en ese momento.

Seguimos nuestro camino, volviendo a la ribera del Senna, viendo las oleadas de turistas que aprovechaban los tibios rayos de la tarde para pasear por el escenario de tantas películas.



*******Por el río pasa el “Batobus”, un barco que recorre la ciudad por vía fluvial, y que permite apreciar la ciudad desde otra perspectiva.




Más allá veo una joven pareja besándose… y me siento Doisneau:


El recorrido continúa por el Senna, y más allá se aprecian los indigentes que viven bajo los puentes. Claro que es otro nivel: el municipio les ha entregado carpas para que vivan en ellas.




*****Nos encaminamos hacia la Plaza de la Concordia, y cual deja vu, se repite la escena marital de oriente:



Por fin vamos por los Campos Elíseos. Al fondo se ve el Arco del Triunfo, y es momento de hacer algunas tomas clásicas:


Pensamos en ascender a la terraza del Arco, pero preferimos reservar las alturas para la Torre Eiffel. Lo que no consideramos es que nos pillaría la noche, con lo cual desistiríamos de subir. No obstante, será un buen momento para tomar decenas de fotos más… y para degustar un rico crèpe relleno con chocolate Nutela. Se trata de algo muy parecido a un panqueque… por la módica de 3 euros.

Ya se ha hecho tarde, el cansancio es notorio, y el trayecto hasta el metro más cercano se hace notar más que antes. Vemos oscuras entradas a subterráneos que nos hacen recordar la película Irreversible, esa de Gaspar Noe, que es narrada contra la línea lógica del tiempo… y en que el personaje interpretado por Monica Belucci es violado en alguno de estos pasajes parisinos. Es ficción, pero escalofriante pensar que así puede ocurrir en plena ciudad luz. Pero también es la tierra de Amelie, y de Antes del atardecer. Y es la tierra que tengo que conocer.

Ya es tarde, hay que volver a casa. Y es tan tarde, que no alcanzaríamos a ir de nuevo a escuchar las bandas del festival de la noche anterior. Hay que dormir, porque el domingo a las 7:20 nos espera el TGV rumbo a Marsella. Las vacaciones han terminado.

miércoles, noviembre 22, 2006

Châteaudun


Escribir sobre Chateaudun no es fácil. Ya no es una simple colección de eventos y encuentros con monumentos turísticos, pasamos de la superficie a nadar un poco más abajo. Es una historia, pero no es mi historia; yo soy un simple espectador, un invitado ajeno a este mundo que tiene otro ritmo… ya no es el desenfreno de Lyon ni la enormidad de Paris. Estamos en una dimensión cuasi rural, pero que no es rural. Ni chicha ni limoná, y tampoco es Macondo. Es una ciudad tranquila, de esas que se acuestan con las gallinas y despiertan con el canto del gallo… cantos inaudibles que tienen la tradición de cientos de años, siendo su testigo el castillo que domina el poblado.

Ya lo decía, la historia no es mía. Es la historia de Camilo, y ahí estaré yo, cámara de video en mano, para grabar en mármol su vuelta a la semilla. Quiero aclarar que no es mi intención narrar ahora todas las vivencias que experimentó. Guardé 20 horas de cinta, la mayoría en esta ciudad, y con eso voy a trabajar. Es otro lenguaje, no es literatura: es cine. Tanto trabajo audiovisual me hizo ceder la cámara de fotos a Camilo, con lo cual buena parte de las imágenes de este artículo son de su autoría, aunque lleven mi sello de agua. Por lo mismo, algunas de las situaciones que cuento sólo están registradas en video y no en foto.

Y así fue, que un domingo por la mañana Toño nos llevó en su auto desde Paris. Fue como viajar de Santiago a Valparaíso, en alrededor de hora y media. Chateaudun está al suroeste de Paris, teniendo cerca las ciudades de Chartres y Orléans.

Ya entrando al área “de aglomeración” de la ciudad, Camilo va reconociendo lugares: el supermercado, espacios de recreación, las viejas rutas. Llegamos al Castillo, donde hay una plaza con la cual soñó más de una vez que estaba sentado, como cuando niño. Bajamos, caminamos. Camilo se sienta, y se ve notoriamente emocionado. Lo dejo tranquilo por un rato.


Más allá está la última casa que habitó. Días más tarde iremos a visitarla, y un gentil y actual dueño de casa, nos permite entrar y que grabe en video: recién ha pasado Halloween, y la decoración interior con símbolos de la muerte me sugiere los frecuentes cambios de la vida; después de todo, 12 años no es tanto tiempo.

Volvemos al auto, y Toño nos lleva donde otro tío, con el cual alojaremos por unos cinco días. Nos recibe Caco, quien vive con su esposa francesa, Anne Marie, y su hijo menor, Guillaume.

Caco es el único que habla español… pero dice que no tengo pinta de chileno, así que el primer día no me habla mucho en mi lengua, jeje. En fin, ya al segundo día ha recordado más su idioma materno, y es con quien puedo conversar además del Camilo cuando no están hablando en francés. La familia Ibacache es originaria de Salamanca, en la cuarta región, y Caco con una evidente nostalgia me va dando una paulatina confianza, y me habla de las maravillas de esta zona del norte chico… de la música que hacía… de su arte, de su familia. Compartimos varios vasos de vino, de cerveza y de kir. Me dieron a conocer buena parte de la mesa francesa tradicional, y por supuesto, conocí algunos de los quesos que acostumbran comer de postre.

Con la venida de Camilo, Caco ha tomado una semana de vacaciones, con lo cual va a estar siempre presente en casa. Él y Anne Marie me acogieron por estos días como si fuera un sobrino más, lo cual me hizo sentir bien a gusto. Y en verdad, también me puso contento notar las emociones del compadre Camilo… era fuerte todo lo que pasaba en él.

Así pasaron los días, y los encuentros se fueron sumando. Amigos de infancia, como vemos en la foto: junto a la escuela a la que asistieron cuando niños.

Pensaba que con mi compadre Javier Aguirre deberíamos hacer algo parecido, pero el colegio donde fuimos cuando niños ya no existe. Tiene otro nombre, y la vieja casona con piezas-salas fue demolida para dar paso a un moderno edificio con aspecto de congreso nacional. Creo que ya ni siquiera está la piscina que usábamos durante los veranos. Eso llama la atención de la cultura francesa: valoran mucho su patrimonio, y en especial el arquitectónico. La “demolitis chilensis” que le da paso a los grandes edificios parece ser un signo de pérdida de identidades, cosa que se ha debatido hasta el cansancio, pero también parece muy chileno lo paralelos que son los caminos del intelecto y de la praxis. Total… lo que importa es el dinero de corto plazo, y nada más.

Volvamos a Chateaudun: pienso que la característica más notoria de la familia de Camilo, es que buena parte de ellos están vinculados a distintos tipos de arte, lo que se pone en evidencia a través de la música. Los hermanos Ibacache, junto al papá de Camilo y un francés, formaron en los 70 la agrupación Kullawas, quienes con importantes modificaciones en sus integrantes, se ha mantenido hasta el día de hoy. Tocan música de corte andino-altiplánico, estilo Illapu o Inti Illimani. En casa de Caco veo un video de hace unos 20 años… una suerte de video clip de la época, con recitales y presentaciones para la televisión francesa; se trata de un documento valioso para la familia.

Camilo, en Chile toca el bajo con su grupo. Y este gusto por la música lo vemos compartir con dos tíos chilenos más, que junto a un español y un portugués forman otra banda que ensaya en la bodega de uno de ellos:


Y en la misma bodega ensaya la banda de rock de un primo:


Quedo admirado de ver y escuchar a tanta familia alrededor de la música, y una extraña envidia surge en mí… siempre quise que algún tío o primo me enseñara algo artístico, tal vez a tocar un instrumento… tal vez a pintar… o a tomar fotos. Pero mi familia es de lo menos artístico que hay, con suerte vi unas pocas veces a mi madre y a mi prima Xime tocando una guitarra. O el Perucho tocando el órgano… contadas veces! Mi abuela Ema tocaba el piano, el problema era que no tenía piano, y cuando se me ocurrió regalarle un teclado, ya los dedos no le respondían. Pareciera que todos hubieran jubilado cualquier pretensión artística cuando vine a este mundo o pocos años después. En fin, “es lo que hay”, y tal como son los quiero mucho a todos, y se les extraña de corazón.

Como decía al principio, no quiero hacer de este artículo una colección de anécdotas, así que dejo las palabras hasta aquí, y comparto algunas fotos con una breve explicación si corresponde:



Frente al edificio donde vivió la primera infancia. Al lado, su prima Marion

Campeón regional infantil de tenis de mesa


¡Se me achicó la silla! ¿O me creció el culo?

Making off...